miércoles, 26 de noviembre de 2008

ASOCIACIÓN PURA VIDA



Granada, en profundidad
La asociación cultural Pura Vida propone una ruta turística por los pasadizos, cuevas y catacumbas que recorren el subsuelo de la ciudad

Ya se sabe que el turismo moderno es por definición superficial: el viajero llega con poco tiempo, visita apresuradamente un par de monumentos, se hace unas fotos y se marcha. A por el siguiente destino. Sin embargo, también hay propuestas que invitan a conocer una ciudad más a fondo... y no sólo metafóricamente. La asociación cultural Pura Vida ofrece tres rutas para conocer la Granada subterránea: su objetivo son los túneles, pasadizos, galerías, cobertizos, aljibes y criptas que horadan el subsuelo de la ciudad. Una forma original de conocer esa Granada oscura y misteriosa que nos habla de sus secretos en susurros...
César Requeséns fuma como un carretero, pero en realidad es periodista y escritor. Resultado de su interés por los túneles fue su libro 'Granada secreta y subterránea' (Ed. Pura Vida). Un día se le ocurrió llevar a sus alumnos del Taller de Escritura de la Casa de Porras a un pasadizo. Y el entorno les inspiró tanto a todos que la asociación decidió crear una ruta turística estable.
Este fin de semana, el grupo que se apunta a este paseo bajo tierra está formado por tres familias procedentes de Fuenlabrada: Antonio, Julia y su chaval, Guillermo; Vicenta y sus hijos veinteañeros, Miguel y Beatriz; y Paco con la adolescente Silvia. Todos ellos, miembros de la Peña Naranjo del club de baloncesto de la localidad del sur de Madrid que ayer domingo se enfrentó al CB Granada y perdió. Pero eso ellos no lo sabían el sábado, así que mantuvieron el ánimo y el humor durante toda la ruta, que en vez de las dos horas previstas duró cuatro.
Colinas agujereadas
Tras recogerlos en su hotel, Requeséns, ayudado por dos compañeros de Pura Vida, Olaf y Marina, les reúne junto a la antigua prisión de Torres Bermejas para explicarles el contexto histórico y los posibles orígenes de las decenas de pasajes subterráneos que agujerean las colinas de Granada: la Sabika, el Albaicín y el Mauror, sobre la que se asienta el Carmen Rodríguez-Acosta.
Antes de entrar en materia, el guía sopesa la edad del más joven del grupo, Guillermo, y luego decide que «peor está la tele». Entonces explica el origen del nombre del callejón del Niño del Royo: las dos columnas que flanquean una puerta al comienzo de la calle eran las picotas donde se colgaban los pedazos de los ajusticiados por el método del descuartizamiento. Al parecer, desde lejos aquellos macabros restos asemejaban la figura de un niño.
El escritor asegura que, aún hoy, los historiadores no saben qué utilidad tenían muchos de esos huecos excavados en la época árabe. Se sabe que algunos eran utilizados como silos para guardar el grano con que alimentar a los pobladores de la fortaleza alhambreña. Otros -o los mismos, en otra época- encerraban a los cristianos cautivos. Y muchos túneles eran empleados para comunicar entre sí las residencias de los acaudalados.
Según la versión más escabrosa, los pasadizos que comienzan en el Carmen Blanco fueron escarbados por los propios presos en su intento de recuperar la libertad. Otros interpretan, sin embargo, que estos túneles pretendían garantizar la comunicación con la entonces fértil Vega granadina y, por tanto, el abastecimiento de víveres para la Alhambra en caso de asedio.
Y su magnífica conservación, recuerda Requeséns, se debe a la «sensibilidad» de José María Rodríguez-Acosta, que al construir su Carmen «en el mejor sitio de la ciudad» a comienzos del siglo XX los acondicionó para la visita. A él se debe el refuerzo de los muros mediante columnas y arcos, el repellado de los muros y la decoración interior con frisos, esculturas o jarrones.
En cualquier caso, los túneles son impresionantes: descienden hasta unos 15 metros de la superficie y la longitud total de los diferentes tramos alcanza el kilómetro. Al fondo, los visitantes no pueden evitar un escalofrío. El aire está enrarecido, el silencio es espeso, la luz de las bombillas apenas ilumina todos los agujeros. Algunos juegan a darse sustos, quizá para ahuyentar el miedo. La visita, seguro, no es apta para claustrofóbicos ni para aprensivos.
Santas cuevas
Ya atardece cuando el grupo asciende las siete cuestas del monte Valparaíso para alcanzar el segundo destino de su ruta. Las catacumbas de la Abadía del Sacromonte son menos espectaculares a la vista, pero más evocadoras a causa de su historia. Allí, los turistas oyen hablar, por primera vez, del hallazgo de las reliquias de Cecilio y otros santos y la fascinante trama de los libros plúmbeos. El desesperado intento de los últimos moriscos por permanecer en su tierra mediante la falsificación de una supuesta síntesis entre la Biblia y el Corán finalizó en 1682 cuando el Vaticano condenó los libros y santificó los huesecillos.
Tras una breve visita al Museo de la Abadía, el grupo se encamina al Centro de Interpretación de las Cuevas del Sacromonte, donde conocen la forma de vida troglodita que eligieron los almohades, primero, los gitanos, más tarde, y los hippies y 'pies negros', en la actualidad. El museo presenta una preciosa reconstrucción de los diferentes tipos de casa-cueva. Y cuenta leyendas como la que dio a esta zona el nombre de Barranco de los Negros: muchos esclavos africanos liberados tras la expulsión de los moriscos se dedicaron a excavar el monte en busca de los supuestos tesoros enterrados allí por las familias ricas. Mientras cavaban, acabaron instalándose allí.
«Esto tenemos que volver con más tiempo para verlo», asegura Paco, encantado con la idea de conocer Granada más a fondo.

(Extracto del artículo publicado en IDEAL por la periodista Inés Gallastegui 24-11-2008)

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