sábado, 27 de abril de 2019

«Es algo mejor que la magia, es magia real»

Visitar Granada de la mano de nuestros guías es descubrir una ciudad que dormita en lo insólito, como lo oculto en el subsuelo donde todo es silencio, quietud en secreto y mientras tanto arriba, a ras de suelo, todo sucede acelerado en la ya moderna ciudad de Granada mientras que, ignorando que un submundo repleto de sorpresas permanece a la espera de ser descubierto, nos afanamos por llegar más lejos. Y, sin embargo, gran parte de eso que buscábamos -ese misterio ansiado-, estaba a tan sólo a unos metros bajo tierra. En otras partes del mundo ya lo habían reconocido y sacado a la luz de los ojos más curiosos. Lo habían descubierto hace años en París, donde existen mil y un vericuetos por las antiguas catacumbas de la ciudad, por el alcantarillado, por los pasillos del metro y los refugios antiaéreos de la gran guerra; también en Roma, donde una ciudad paralela está siendo descubierta bajo los imponentes edificios históricos que se disfrutan por doquier; en Nápoles, donde existen recorridos por verdaderos templos romanos subterráneos; y en Barcelona o Lérida; y en Almería, donde la Guerra Civil dejó kilómetros de pasadizos desde donde disparar al enemigo.
Granada siempre llega tarde, pero siempre llega. Aquí también había rincones por descubrir a unos metros bajo tierra, en el interior mismo de la Alhambra sempiterna, o en la cercana colina del Mauror, donde los cautivos cristianos debieron oradar esos túneles que hoy se pueden disfrutar bajo el níveo Carmen de Rodríguez-Acosta. Y, cómo no (la zambra es el mejor ejemplo) en el Sacromonte mismo, allí donde la cueva es toda una institución cultural, con museo y centro de interpretación incluidos, esa forma de vivir que más que una vivienda fue (y aún es) un modo de entender la vida, una forma más libre, sencilla, alegre y regalada de sobrellevar la existencia. En este monte sagrado, allí donde, por un ardid de unos angustiados moriscos pendientes de ser expulsados se hicieron aparecer allá por el siglo XVI unos restos humanos –inmediatamente exaltados cristianamente como santos- junto a unas láminas de plomo que hoy llamamos, respectivamente, las reliquias de San Cecilio y los Libros Plúmbeos del Sacromonte-, se erige una imponente y olvidada abadía en cuyo subsuelo se puede recorrer un laberinto de cuevas transformadas en capillas y relicarios. Misterio, secreto y silencio en las Santas Cuevas a la espera de dejar de serlo una vez que se ha descubierto.
En esa otra ciudad oscura y tenebrosa, entra uno como pidiendo disculpas. Así, en el subsuelo de la mismísima catedral granadina, allí donde reposan los restos de la heroína granadina Mariana de Pineda, liberal eterna, bajo la capilla del Sagrario (que en tiempos árabes fuera la Mezquita Mayor de la ciudad, así se sustituyen las civilizaciones volviendo a ocupar los mismos espacios, como si la tierra misma indicara qué debe hacerse en cada lugar que se pisa), otra planta inexplorada, de iguales dimensiones a las que se dedican al rezo, apreciable si se observa a través de las rejillas que jalonan el suelo, espera ser descubierta, como se quiso hacer en tiempos del anterior obispo Cañizares para dar amplitud a los tesoros del museo catedralicio, un empeño que quedó en eso, en un simple intento. En Granada, ya se sabe, todo es posible. Por haber, existe incluso hasta una policía que vigila el subsuelo. Son unos gendarmes peculiares que lucen en sus uniformes azules unos vistosos anagramas con el dibujo de un túnel. Va en serio: en sus vehículos bien se puede leer su cometido: „Policía del subsuelo‟. Así de rotundo. Y debajo del asfalto desarrollan su labor. Estos vigilantes de las sombras conocen como nadie los espacios más inexplorados de la ciudad, territorios ignotos como lo es el tramo subterráneo del embovedado del río Darro, donde nada menos que seis puentes árabes permanecen tal como fueron desde que los recubrieron de cemento entre 1854 y 1884. Su rutina diaria es abrir las tapas de las alcantarillas y, linterna en mano, sumergirse en la negrura para asegurarse de que ningún explosivo vaya a reventar la visita de los turistas más egregios. Por fuer de su labor, los integrantes de este cuerpo policial han visto el torrente subterráneo de agua clara que baja de la Alhambra por la Cuesta de Gomérez y hasta los restos de unas tinajas de los tintoreros árabes que allí permanecen, a la vera del río oculto, olvidadas entre la Alcaicería y el Corral del Carbón. Topos, arañas, ratas, lodo y demás seres amantes de lo oscuro causan el pasmo del que quiere adentrarse en el interior de la tierra. Se agradece ese miedo tan común. Así son los menos los que quieren conocer lo que allí se esconde. Tierra y goteras en lugares como el pasadizo que con salida al río Darro que, partiendo desde la Torre de Comares (sede del Salón del Trono alhambreño), comunicaba al rey con su pueblo. Todo tiene su explicación: como todo recinto fortificado, la fortaleza de la Alhambra debía comunicarse con el exterior secretamente para los casos de asedio. También debía tener sus caminos ocultos a las miradas extrañas, para comunicar las diversas estancias facilitando las correrías de los sultanes y favoritas, como cuentan tantas leyendas. Porque el pasadizo es un lugar omnipresente en el mundo legendario. Lo mismo que lo es el cobertizo, ese pasaje aéreo entre casas vecinas que, por sobre nuestras cabezas, comunica las viviendas. Así sucedía en el entramado urbano del Albaicín, barrio tan amigo de conspiraciones y revueltas, hasta el punto de que los católicos reyes ordenaron derribarlos casi todos, salvo dos o tres que aún quedan en rincones como la Cuesta de Santa Inés o calle Zafra. Muchos son los rincones más o menos desconocidos que quedan por explorar en una ciudad de tan rico pasado. Escasean los textos con investigaciones previas para dar con ellos. Por ahora, aquí y allá, van surgiendo voces que dicen saber de buena tinta de una casa de, por ejemplo, el barrio del Realejo, donde al tirar un muro se encontraron una puerta y, detrás de ella, el comienzo de un túnel junto al habitual aljibe que conducía a no saben dónde. Escuchando a unos y a otros, recopilando datos dispersos, se descubren estos espacios nuevos y tan antiguos, que a veces ya se van acondicionando y se ofrecen a la visita, como sucede en el Carmen del Aljibe del Rey o en el Baño de las Tumbas (aún pendiente de apertura). Ante la falta de documentación sobre el tema, debes guiarte por algunas citas olvidadas en textos dispersos, o por una mención en el periódico que cuenta cosas como que en la Casa Agrela, en el Bajo Albaicín, existe un pasaje bajo el suelo que comunica las estancias privadas de esta noble casona con el que fuera convento de clarisas, según se oyó contar hace años a una de las monjas que allí vivieron; o te comentan que en el antiguo Hospital de Peregrinos (actual sede de la Fundación de la Prensa), en los sótanos que sirvieron años atrás de archivo, hubo una cárcel durante la Guerra Civil; o, entre otras muchas cosas escuchadas, corredores ocultos que partirían de lugares como la Qubba del Cuarto Real de Santo Domingo o de los sótanos del Alcázar del Genil (hoy sede de la Fundación Francisco Ayala). Difícil resulta separar lo que haya de realidad en estas indicaciones de lo que la gitada imaginación inventa. Investigar con cierto rigor estos terrenos es una tarea a contracorriente consistente en buscar lo real en el corazón de las leyendas. Y es que mucho de ese gusto infantil por completar lo que no conocemos con la herramienta de la fantasía sigue habitando en nosotros, tan racionales-adultos y aún así tan necesitados de seguir siendo ingenuos. En busca de estas realidades subterráneas se indaga un poco, se sigue la pista y encuentras no lejos de Granada, en la localidad metropolitana de Las Gabias, debajo de un terrenito a la orilla de la carretera, todo un baptisterio romano perfectamente conservado, monumento nacional declarado como tal a principios del siglo XX, y sorprendentemente aún de difícil visita. Todo es posible en Granada como ya se dijo, y también en las Gabias, o en la vecina localidad de Atarfe, donde toda una ciudad llamada Medina Elvira está siendo desenterrada a golpe de tesón de arqueólogos inquietos que quieren sacar a la luz lo que ya desde el siglo XIX se sabe que es esa otra Granada que durante cerca de tres siglos sustituyó como capital de la cora de Elvira a la nuestra. Ese mundo „underground‟ (por decirlo en moderno) hechiza. Y el embrujo tiene su porqué. Un hombre llegado del Perú para conocer la Granada más secreta me lo dijo: “Si alguien se lanza a descubrir el mundo subterráneo es porque busca algo dentro de su interior. Porque”, continuó, “el pasadizo bajo tierra, común en todas las culturas del mundo, no es más que un símbolo del laberinto interior, ese que todos llevamos dentro y que estamos llamados a recorrer en nuestras vidas”. Este visitante con visos de chamán, sonreía al decir estas palabras detrás de su barba frondosa y blanca, con unos ojos entre infantiles y punzantes. La tarde era calurosa. Sus palabras resonaban como una sentencia en aquel rellano desde donde se contempla en toda su magnificencia la Torre de la Vela, junto a la que fuera durante años prisión de Torres Bermejas, a un paso tan sólo del Carmen de los Catalanes -vecino del Hotel Alhambra Palace- en cuyos jardines es fácil apreciar los mil y un agujeros con forma de silos enterrados en los que malvivieron los cautivos cristianos, esos mártires que dieron nombre incluso al otro presidio bajo tierra que también fue el solar del Carmen de los Mártires. “El pasadizo es una constante universal y, sobre todo, el pasadizo secreto”, continuó explicando este estudioso de las tradiciones incas. “El túnel subterráneo es un arquetipo que habita en nuestra psique más profunda, es una necesidad de la mente de figurarse que existe una salida oculta, siempre a mano y desconocida para todos”. Al escucharle aclarar lo universal de esta pasión por la huida segura, comprendí el trasfondo de ese lugar común tan granadino que cuenta de la existencia de un pasadizo que une la Alhambra con Montevive, esa colina que se vislumbra allá por la Malaha, al final de la Vega. Supe que en esto de las leyendas no somos tan originales. Según supe por boca de este hombre con tantos conocimientos, también en Perú se cuentan historias similares, como la que aventura que existe un pasadizo de nada menos que 500 kilómetros, un túnel inmenso que parte de Lima y que llegaría nada menos que hasta el lago Titi Kaka. “Al entrar al laberinto, mitológico o real, el que se aventura por esos vericuetos debe armarse de valor, pues sabe que está solo ante la negrura que se abre en su camino hacia el interior de la tierra, o de sí mismo”, añadió. “Allí se encontrará al dragón, que es, en el terreno simbólico la parte oscura de su persona, y con él habrá de entablar batalla. De su victoria o de su derrota dependerá que pueda continuar su camino hacia la luz, hacia ese oro que brilla al final del túnel”. Lo que no mencionó este fugaz visitante es una tentación a vencer una vez que se ha entrado en estos vericuetos subterráneos. Me refiero al deseo de quedarse para siempre dentro de ellos. En el fondo del pasadizo la tierra te acoge, y te ahoga, pero también te abraza. Allí, enterrado vivo, con menos oxígeno, de un lado querrías escapar del encierro; de otro, querrías quedarte siempre en ese útero inmenso que es la materia consolidada, lejos de lo agresión de la realidad más cotidiana, bajo el contundente abrigo de metros y metros de tierra que te separan de la luz. Cobijo, de un lado; aislamiento o asfixia del otro. La madre tierra tira de ti, como queriéndote atrapar en su seno, como si de una madre infinitamente amorosa y opresiva se tratara. El heroísmo en este caso, más allá de las arañas y los miedos, está en recordar la vocación inevitable de todo individuo que se sabe en el fondo llamado a ser libre: el afán del vuelo. Y las alas necesarias para emprenderlo están allí afuera, al final del túnel, allí donde no hay paredes ni oscuridad, donde la claridad todo lo cubre bajo el manto azul de cielo. César Requesens Escritor y Periodista, autor de la «Guía Granada Insólita y Secreta»

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